Fumigación

Hace unos días me llegaron un par de paquetes que me mandó Mayu. En uno de ellos había tres latas de un tipo un poco especial de insecticida. En vez de ser un spray, tienen una especie de mecha que hay que encender. Entonces echan un montón de humo tóxico y hay que abandonar el piso durante 2~3 horas. Previamente hay que meter en armarios toda la ropa, cojines, mantas, utensilios de cocina, comida, etc.

Esta mañana nos decidimos a preparar la operación. Metimos un montón de cosas en armarios y el resto fue al cuarto de baño. Una vez estuvo todo listo, nos pusimos los abrigos, elegimos dónde íbamos a colocar las latas, las encendimos y salimos rápidamente de casa para evitar la apestosa nube de insecticida. A los pocos segundos de cerrar la puerta de la casa...

Rigel: Lusi, ¿estás segura de que no hay un detector de humos en la cocina?
Lusi: ¡Uy! ¡Qué fallo! Pues espero que no se active...
Alarma: (Jejeje, qué ingenuos...) ¡¡UUuuuiiiiIIII!!.... ¡¡¡UUuuuUUiIiiIIIiii!!!

Corremos rápidamente a desactivar la alarma del edificio. La alarma se desactiva. Durante 20 segundos. Luego vuelve con renovadas energías. ¡UUUUuuiiIIIII! Mierda. Mierda. Rigel entra en el piso y abre una ventana de par en par. En los breves instantes que le lleva la operación descubre que el humo no irrita apenas los ojos ni las mucosas. Bueno, no tanto como lavarse la cara con lejía. O eso creo.

Volvemos a desactivar la alarma. 20 segundos... y se vuelve a activar. Así durante unos 20 minutos en los que pudimos reflexionar detenidamente sobre lo estúpido que fue encender los dos botes de insecticida.

Por lo demás, la tarde fue agradable.